martes, 5 de junio de 2007

Diez Minutos


Como muchas mañanas, desperté diez minutos más tarde de lo que debía. En cualquier momento del día, diez minutos son tan insignificantes como el dedo chico del pie, pero diez minutos en una mañana son vitales. Dado el descuido, por no decir flojera, tuve que levantarme apurado, casi sonámbulo, lo que es muy desagradable. No alcancé a tomar desayuno, dejé el bolso para hacer gimnasia en la pieza y mi estado de ánimo era de lo peor. Pero para que se dé cuenta de que diez minutos pueden cambiar el destino de una persona, voy a relatar los hechos desde que cerré la puerta de mi departamento. Después de dar un portazo innecesario, pero todo por estar apurado y mal genio, llamé al ascensor. Este es muy antiguo, por lo tanto, muy lento. Esto me llevó a la ilusión tiempo-espacial (esa ilusión que dependiendo del estado de ánimo uno piensa que el tiempo pasa mas rápido o lento) de que habían pasado diez minutos más, por lo que apenas llegué al primer piso, salí a paso rápido y sin saludar al conserje; cosa que en una mañana normal hubiese hecho. Ya en la vereda camino al metro, me pasó sólo lo que le pasa a la gente que está apurada. Me encontré con un taco de ancianas mañaneras que se toman todo el ancho de la acera y no dejan pasar a nadie. Eso me puso más mal genio aun, y me tuve que aguantar las ganas de decirles “¡muévanse viejas seniles que estoy apurado!”. Yo soy un caballero, así que aunque esté apurado, me porto como tal, por lo que dije “permiso dulces damas, necesito llegar al metro rápidamente”. Mas rabia sentí al no poder descargar la ira que se acumulaba, por lo que me puse a trotar. Trotar en la mañana y sin desayunar es una de las sensaciones mas desagradables que he sentido. Una sensación de cansancio extremo tal, que llegue a pensar que me desmayaba en cualquier momento. Tenía que llegar a la universidad. Tenía prueba, si no me habría ahorrado el sufrimiento y me hubiese quedado durmiendo en mi casa tranquilamente, así que me dije a mi mismo que cualquier otro obstáculo lo pasaba aunque tuviera que dar la vida. Ya quedaba menos. Una cuadra y la tranquilidad reinaría en mí, pero un semáforo para peatones en rojo me sacó de mis casillas, por lo que sin pensar aumenté la velocidad de mi andar hasta llegar a la increíble acción espanta sedentarios: correr. Mi visión estaba fija al frente. Cualquier cosa que pasara por al lado, cualquier aviso, no lo notaría. Grave error, ya que al cruzar la calle, un Peugeot 206 se acercó por la derecha. Sólo escuché una bocina y sin darme cuenta estaba tendido en la vereda de la otra cuadra. Tenía que llegar a la universidad y, extrañamente, no sentía ningún dolor, por lo que me paré y seguí corriendo. Llegué al metro, un poco más tranquilo, y comencé a buscar la tarjeta bip! De pronto me doy cuenta que no la encontraba. Más aún, que no tenia mi billetera, celular, zapatos, pantalones ni polera. Tenía una túnica blanca como de acólito y la gente ni se fijaba en mí; no existía para ellos. Ahí entré en razón, si es que los muertos pueden, y me di cuenta que ya no estaba vivo. Tranquilamente, muy tranquilamente, regresé al lugar del atropello. Había mucha gente alrededor mío, incluyendo al eterno mendigo de la esquina del semáforo, pero no estaba el Peugeot 206. Tuvo que haberse fugado. Me daba igual, ya no tenía sentido expresar mi ansiedad por llegar a la Universidad a dar la prueba. Me quedé un rato viendo mi cuerpo tirado, boca abajo y sin vida cuando siento una mano en mi espalda. Era don muerte, que no es como lo muestran en la televisión, sino que es un hombre de mucha barba, pelo rojo, muy pecoso, una voz ronca pero gentil, vestido con terno color crema, mismo color que la corbata y una camisa azul oscura y dijo: “te espera San Pedro para que relates tus últimos minutos de vida. Los colecciona ¿sabías? y después entrarás en un juicio para discernir en que ser te reencarnarás” y no paró de hablar hasta llegar a esta mesa de madera a escribir los últimos minutos de mi vida para su preciada colección.


Por: Sergio Cortes Taladriz ©

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entretenido y lo más interesante me hizo pensar, eso sí la descripción final no a lugar.